Día del Veterano y de los caídos en la Guerra de Malvinas: reflexión en primera persona

Por Daniel Prado

Mi nombre es Daniel Prado, nacido el 28 de mayo de 1965, en la ciudad de Basavilbaso, Entre Ríos. Soy docente jubilado, profesor De Historia.
Corría el 2 de abril de 1982 y yo estaba próximo a cumplir mis 17 años. El mundo vivía difíciles tiempos, de conflictos ideológicos muy fuertes, en la llamada Guerra Fría, donde se enfrentaban dos corrientes de pensamiento, político y económico: el Capitalismo, liderado por los Estados Unidos, y el Comunismo, liderado por la entonces URSS (Unión de Republicas Socialistas Soviéticas). Latinoamérica, continente al que pertenecemos como argentinos, no escapaba a ese conflicto, donde cada una de esas potencias, manejaba sus intereses a través de dictaduras de turno, sin interesarles la opinión del pueblo, y la democracia era un difícil sueño del sufrido pueblo latinoamericano.
Argentina, por aquellos tiempos, no estaba ajena a los intereses de las potencias hegemónicas. Los destinos económicos y políticos estaban en manos de una férrea y sangrienta dictadura de extrema derecha, que por cierto, TODO se les había ido de las manos, y el pueblo, desesperado, comenzaba a agitar la vuelta a las urnas. Quien estaba como presidente de facto era Leopoldo Fortunato Galtieri, que poseía poca popularidad, y la guerra para recuperar a las Malvinas sería una forma de unir a la opinión pública del país contra un enemigo externo y dar aliento al gobierno. Por otro lado, el Reino Unido era gobernado por la Ministra Margaret Thatcher, que también enfrentaba un período de baja popularidad, y usó la guerra como arma política interna, reaccionando prontamente.
Tras 149 años de permanecer bajo el dominio inglés, las Malvinas e Islas del Atlántico Sur, vuelven efímeramente al pueblo ARGENTINO a través del conflicto armado, recuperando lo que ES NUESTRO, POR HISTORIA Y GEOGRAFÍA; esta situación hace que el nacionalismo y amor a nuestra patria invada el corazón de los argentinos, saliendo a las calles de cada ciudad para festejar tamaño acontecimiento y/o hazaña patriótica.
Muchos jóvenes de aquella época sentimos el impulso de involucrarnos de alguna manera en dicha contienda, queriendo alistarnos en las Fuerzas Armadas para servir a la Patria; recuerdo que cuando se lo planteo a mi papá (persona que amaba la vida militar), su “NO” fue rotundo. De igual manera, yo trate de seguir el conflicto por los medios de comunicación oficiales, con los famosos comunicados del Estado Mayor Conjunto. (Estaba prohibido escuchar otras radios extranjeras porque decían que nos mentían), festejar las victorias de nuestras fuerzas nos enorgullecía mucho y enaltecía más nuestro “SER ARGENTINO”.
El conflicto duró desde el 2 de abril al 14 de junio de 1982, tiempo suficiente para resaltar el amor a nuestra Patria y sentir la alegría de recuperar a la “hermanita perdida”, como dice la canción de Atahualpa Yupanqui y Ariel Ramírez.
Pero la verdad saltó el 14 de junio al escuchar el último audio de la Junta Militar.: del “estamos ganando” a la derrota, en pocos minutos. El país, adormecido por las ideas triunfalistas, recibió un bofetazo de la realidad que generó manifestaciones e incidentes en la Plaza de Mayo, donde días antes se vitoreaba al entonces presidente de facto.
Este hecho fue también un quiebre en la vida política argentina, que dejó atrás sus temores a la dictadura, y ante el debilitamiento de este proceso comenzó a exigir la apertura democrática, que llegaría en octubre del 83, 16 meses después.
Sin dejar de lado a los muchos gurises jóvenes que murieron por defender un ideal, por defender un anhelo, por defender un pedazo de nuestra tierra, me enorgullece saber que basavilbasenses estuvieron de alguna manera presentes en ese conflicto, como Juan Domingo Saracha, Héctor Miguel Mista , Víctor César Luis Herrera, y un apartado especial a Julio Néstor “Cuco” Vallejo (vecino entrañable), dejando sus vivencias a través de charlas en distintas conferencias, poniéndonos la piel de gallina al escuchar sus relatos, y a quienes donaron su sangre: Julio Omar Benítez (vecino en mi niñez) y a Héctor Ricardo Caballero, Héroes de bronce a los que no debemos olvidar jamás.

El autor es jubilado, docente en Historia y Formación Ética y Ciudadana.

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